Las hijas del agua by Sandra Barneda

Las hijas del agua by Sandra Barneda

autor:Sandra Barneda [Barneda, Sandra]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-03-01T05:00:00+00:00


* * *

La noche había caído sobre Venecia. Las luces y las fiestas volvían a llenar los palacios como si el mañana no fuera incierto, como si la República estuviera en el cenit de su esplendor. Los habitantes y visitantes de la Serenísima preferían vivir en la ignorancia.

Arabella esperaba en la mesa de juego principal de San Cassiano la llegada del Dogo. Una majestuosa estancia con frescos del dios Baco y la diosa Fortuna en el techo. Los que estaban en la mesa jugaban al Faraón y no dejaban de perder dinero. A Arabella, sin embargo, solo le interesaba la llegada del Dogo. Las salas de juego estaban mal vistas, prohibidas, y la mayoría de los ridotti, cerrados oficialmente pero activos en la clandestinidad. Ataviados con máscaras y vestidos para disimular su identidad, en aquella mesa jugaban grandes nombres de la realeza europea.

Arabella era la única mujer. No era una maestra en el juego del Faraón, pero se defendía para no perder más dinero del necesario. No mostraba interés por ninguno de los presentes, era tarde y no tenía la certeza de que Ludovico acudiera al encuentro, pero prefería no perder la esperanza. Mientras aguardaba que repartieran los naipes, un desconocido le susurró al oído:

—La esperan en la sala Eros.

Arabella se dispuso a abandonar la mesa sin despertar sospecha, aunque la velada parecía más proclive al juego que a los encuentros carnales. Arabella cruzó la gran sala despacio, sin despertar apenas interés.

La sala Eros era una pequeña estancia de reuniones con varias sillas, una gran chimenea, espejos dorados en las paredes y el gigantesco fresco de Eros: el dios del amor sobrevolando con sus flechas los cuerpos desnudos de hombres y mujeres alrededor de una mesa repleta de viandas y fruta fresca. Arabella se sentó frente a la chimenea a esperar a Ludovico. Por precaución, el Dogo solía entrar el último para después cerrar las puertas y hablar en privado. No tardó en aparecer una silueta negra, ataviada con una gran capa y una capucha que cubría su cabello y su rostro con una máscara también negra. Las puertas se cerraron en cuanto cruzó la habitación y Arabella supo al instante que no era el Dogo.

—¿Qué desea? —preguntó con calma. No sentía miedo de su presencia, pero le disgustaban las encerronas.

—Ayudarte a que salves tu vida.

El extraño hablaba veneciano con cierto acento extranjero. A veces las conversaciones se asemejan a una partida de cartas. Cuando parece que vas perdiendo, te sale una buena mano y derrotas al contrario. Estaba claro que la Gran Maestre había comenzado con desventaja. No sabía quién era su contrincante y este en cambio parecía saber demasiado de ella. Debía ser cauta.

—¿A qué se debe ese interés protector por mi persona? No creo que tengamos el gusto de conocernos.

El desconocido se había dado cuenta de que el juego dialéctico había comenzado y, de no ser por la falta de tiempo, lo habría disfrutado.

—Tenemos intereses y enemigos comunes. A ti te quieren matar y yo tengo sed de venganza.



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